En esa época, Tiro era la más importante ciudad-estado fenicia, con cerca de 40,000 habitantes, y estaba dividida en dos partes: la Ciudad Nueva o isla de Tiro, situada en un islote a 800 metros de la costa y la Ciudad Vieja o Tiro continental, situada a orillas del litoral.
La isla de Tiro estaba rodeada por unas formidables murallas que llegaban a alcanzar los 45 metros de altura en la zona frente a la costa, además poseía 2 puertos, denominados el Puerto Egipcio (situado al norte) y el Puerto de Sidón (situado al sur) y estaba unida al pequeño Islote de Melkart, donde estaba situado el templo de Melkart, la deidad más importante de Tiro .El primer gran asedio de Tiro fue hecho por las tropas babilónicas del rey Nabucodonosor II quienes tuvieron que esperar 13 años para firmar la paz con la ciudad en 574 a.C.; en este tiempo, no pudieron con la pequeña isla, la cual luego se fortificó cada vez más hasta hacerse casi invencible.
Ya en la época de Alejandro Magno, la flota de Tiro estaba en mejor situación que la que apoyaba a los macedonios y abastecía a la isla de suministros que venían desde Cartago, por lo que los tirios se consideraron invulnerables. Por otra parte, el rey tirio estaba ausente, pues estaba al servicio de la flota persa.
Alejandro Magno venía desde Sidón y antes de ingresar a Tiro, recibió la bienvenida de los generales tirios, lo que hizo sospechar al macedonio, quien les hizo saber que deseaba entrar y ofrecer un sacrificio en el Templo de Melkart - Hércules que se encontraba en la isla, lo que le fue negado pues los tirios no querían que entrasen ni persas ni macedonios en su templo mientras los problemas entre Alejandro Magno y Dario no estuvieran zanjados, hecho que no le gustó para nada al macedonio. Una segunda embajada tuvo menos éxito pues sus miembros fueron asesinados al ser arrojados desde lo alto de las murallas, por lo que Alejandro Magno se empecinó en lograr lo que los babilonios no pudieron, la conquista de la isla.
Alejandro Magno sabía que este objetivo era necesario si quería asegurar el dominio sobre la costa mediterránea, lo que le permitiría marchar hacia el oriente sin el temor a que los persas llevaran la guerra a Grecia. El asedio a la isla duró aproximadamente 7 meses (de enero a agosto de 332 a. C.).Tiro controlaba el mar con su flota y la única manera de aproximarse a la isla era atravesándola, labor que Alejandro Magno no podía realizar puesto que su armada se encontraba muy lejos. Así pues, reunió a sus ingenieros, a la cabeza de los cuales se encontraba el genial Diadés de Larisa y decidió que la mejor manera de asaltar Tiro era construyendo un espigón de tierra y piedra que uniese la isla con tierra firme.
Alejandro Magno fue un soberano cultivado e inteligente, que siempre leía los manuscritos de los historiadores antiguos para aprender de ellos y aplicar sus conocimientos a los retos que se presentaban ante su vida bélica. Al iniciar la empresa asiática, había estudiado atentamente los textos de Jenofonte y, al encontrarse ante Tiro, supo aprovechar a la perfección las anotaciones históricas que el siciliano Filisto había hecho sobre las campañas militares de Dioniso de Siracusa, quien durante sus campañas militares contra los cartagineses se había topado con una ciudad muy similar a Tiro. Se trataba de Motia, un enclave situado en una pequeña isla, la cual tomó uniéndola a Sicilia mediante una gran lengua de tierra que construyeron cientos de auxiliares.
Alejandro Magno se procuró miles de auxiliares civiles y comenzaron las labores de construcción; para ello, se demolió por completo la Ciudad Vieja de Tiro, arrojando las toneladas de escombros al mar. Los ingenieros clavaron altas estacas de madera en el lecho marino, que tenía poca profundidad, y las unieron con tablas, delimitando los bordes del espigón que uniría el continente con la isla. En un principio, los tirios observaron las obras de ingeniería con escepticismo, puesto que habían resistido 13 años de asedio babilonio, pero el rey babilonio no era Alejandro Magno, quién estaba dispuesto a tomar la isla costara lo que costara.
La lengua de tierra comenzó a avanzar y los tirios realizaron las primeras maniobras para combatirlo. En primer lugar, mandaron nadadores expertos, quienes ataban pequeñas embarcaciones a remo a las estacas, arrastrándolas hacia el mar. Asimismo, hacían salidas con sus barcos y acribillaban con flechas y dardos a los trabajadores. Alejandro Magno ordenó proteger a los operarios con mamparas de pieles y madera, entonces los habitantes de Tiro montaron catapultas y balistas en el adarve de las murallas y comenzaron a arrojar todo tipo de proyectiles contra las obras, por lo que el rey macedonio volvió a responder construyendo dos torres de asedio en la parte frontal del dique las cuales, armadas con catapultas, batirían las murallas y tratarían de impedir que los tirios continuasen acribillando a los trabajadores. Pero los ciudadanos de Tiro eran tan incorregibles como perseverantes, cargaron un barco de transporte de caballos, un navío enorme, con azufre, brea, pez… todo lo inflamable que encontraron y lo lastraron de popa, para que la proa sobresaliese del agua. Lo remolcaron con dos trirremes y lo arrojaron contra la punta del espigón. El brulote, con la proa elevada, se montó sobre el dique y, entonces, una nube de flechas incendiarias lanzadas desde las murallas de la ciudad incendió el barco inflamable, cuyo fuego devoró las dos torres y gran parte de las estacas que delimitaban los laterales del espigón. Al día siguiente, una enorme tormenta terminó por destruir lo que quedaba de las obras de ingeniería. La alegría de los tirios era máxima, su ciudad seguía siendo invulnerable, nadie podría tomarla con la fuerza de las armas.
Alejandro Magno, que se encontraba sometiendo a rebeldes, volvió a Tiro y observó desolado la destrucción del espigón. Construiría un nuevo espigón; esta vez, más ancho aún y tomaría el control del mar. Mientras los trabajadores comenzaban la nueva construcción al norte de la vieja, protegida de los vientos del sur, Alejandro Magno partió a reclamar el servicio de las flotas de Chipre, Sidón, Biblos y Arados, a las que se sumaron los trirremes de otras ciudades, así como un único barco natural de Macedonia que, sumado a una armada de 200 barcos, avanzaron hasta Tiro. La flota tiria, emprendió una pequeña escaramuza contra la armada macedonia, pero tras la pérdida de varias naves, se resguardó en los puertos. Alejandro había conseguido bloquear a Tiro, por lo que ya no podrían llegar suministros por mar. Si no eran las espadas quienes rendían Tiro, lo serían el hambre y la sed.
Con la nueva situación naval, los tirios dependían de Cartago, a quien habían solicitado auxilio previendo una situación así, pero no sabían si la ayuda llegaría hasta que los barcos cartagineses aparecieran en el horizonte.
Los macedonios colocaron torres a lo largo del nuevo espigón y protegieron los laterales con mamparas fijas, pero el ingenio de los isleños no cesaba, los barcos que protegían el espigón estaban anclados al fondo del mar y carecían de remeros, sólo tenían las tripulaciones de combate, los tirios blindaron algunos de sus barcos y los lanzaron contra las embarcaciones de defensa, cortaron las cuerdas de las anclas y los encallaron en la costa. El caudillo heleno respondió blindando barcos propios y utilizándolos en la defensa de los que protegían el dique. Parecía que los habitantes de Tiro se adelantaban a todos los movimientos del macedonio, quién debía estar actuando continuamente a la defensiva.
Los isleños comprendieron que pronto morirían de sed y hambre si toda la población permanecía en la ciudad, así que cargaron a varios miles de personas en sus barcos y, aprovechando un descuido de la flota que bloqueaba los puertos, las evacuaron hacia Cartago, deshaciéndose también de muchos de sus barcos de guerra.Los ingenieros macedonios montaron grandes torres de asedio en parejas de quadrirremes, que anclaban en el mar, y disparaban con catapultas alojadas en las torres flotantes contra las murallas. Una nueva invención salió de las murallas tirias, esta vez se trataba de unas máquinas que lanzaban grandes troncos contra las torres, desestabilizándolas y causándolas grandes daños. El rey ordenó que las torres batieran las murallas desde más cerca, protegiéndolas del tiro parabólico de las máquinas. Los de Tiro respondieron arrojando grandes piedras al mar, que impedían a las torres acercarse. Entonces, la armada macedonia ató las piedras con gruesas sogas, y las arrastró lejos de la costa con la fuerza de los remos. Buceadores tirios con dagas cortaron las cuerdas. Alejandro respondió sustituyendo cuerdas por cadenas. Las máquinas pudieron batir las murallas desde cerca, pero los defensores colgaron grandes sacos llenos de algas para amortiguar el impacto de los proyectiles. Los habitantes de Tiro se defendían con unas energías que Alejandro Magno no había visto nunca, los admiraba y a la vez sentía una enorme frustración por el enorme retraso que le estaba causando aquella pequeña isla. Por fin la construcción del dique terminó. Se cubrió con mantillo apelmazado y después se pavimentó. Las enormes máquinas de asedio construidas por Diadés de Larisa y sus ingenieros fueron desplazadas por el pavimento y comenzaron a golpear las murallas. Diadés era un ingeniero diestro en el diseño y construcción de máquinas de asedio. Ya había sido ingeniero del padre de Alejandro y había sido él quién había diseñado las máquinas que habían reducido a polvo las murallas de la inexpugnable Perinto. Pero aún quedaban más sorpresas. Largas picas terminadas en afiladas cuchillas colgaban desde las torres de la ciudad, cortando las cuerdas que sostenían los arietes, haciendo caer sus cabezas contra el empedrado. Se respondió techando las estructuras de los arietes con madera hasta las murallas, pero los defensores consiguieron colar sogas con lazos y elevar las cabezas de los arietes. Se protegieron aún más los arietes y las murallas comenzaron a ceder. La situación era desesperada para los tirios. Todo el ingenio del que disponían se utilizó en la defensa. Calentaron arena de playa en enormes escudos de bronce y comenzaron a verterla sobre lo servidores de los arietes y los soldados. La arena se colaba entre las armaduras y las vestiduras, abrasando la piel de los macedonios. Simultáneamente elevaron la altura de sus murallas con planchas de madera. Los arietes y algunas torres de asedio flotantes desmoronaron parte de las murallas, por lo que Alejandro Magno ordenó un primer ataque en el sector del espigón. Desde lo alto de las torres de asedio se abrirían grandes compuertas que dejarían a los hombres sobre el adarve de las murallas. El ataque comenzó. Las torres dejaron caer sus compuertas, pero grandes tridentes surgidos de lo alto de las murallas las sostuvieron en lo alto, sin permitir que cayesen sobre las almenas. Además, los tirios lanzaron grandes redes de pesca con lastres, que capturaban y despeñaban a los macedonios desde lo alto de las torres. Un segundo ataque en un sector de la muralla muy dañado por las torres flotantes también fracasó. El rey de Macedonia ordenó que se batiera con especial intensidad el sector que los barcos habían demolido y poco después lideró él mismo, en persona, un tercer ataque. Pero esta vez tomaría mayores precauciones. Ordenó que se produjeran ataques simultáneos a ambos puertos y que desde el dique se intentase otro asalto. Conseguiría aturdir, saturar y dispersar a los defensores. Volvieron a atacar, con el rey a la cabeza. Esta vez lograron consolidarse en la muralla. Dos barcos cargados de hipaspistas y pezhetairoi habían desembarcado con él y redujeron a los defensores tirios. Rápidamente la flota atacó los dos puertos de Tiro con un renovado esfuerzo y en el puerto sur desembarcaron más soldados. La ciudad estaba a merced de los macedonios. Los heraldos de Macedonia comenzaron a anunciar por las calles que la vida de aquellos que se resguardasen en los templos sería respetada, pero pocos hombres tirios decidieron hacer caso. Resistieron en cada calle, cada esquina, cada plaza y cada rincón de la ciudad, siendo masacrados por las expertas tropas helenas. Los últimos defensores murieron en el Agenorium, un templo dedicado al fundador mítico de la ciudad. La mayor parte de los supervivientes, entre los que se encontraba una embajada cartaginesa y numerosos peregrinos, se habían resguardado en el Templo de Melkart, y sus vidas fueron respetadas.El asedio de Tiro fue tan sangriento como desconocido. Sólo murieron 800 macedonios, frente a los 8.000 tirios que perdieron la vida en la defensa de su ciudad, 2.000 tirios fueron crucificados a lo largo de kilómetros de playa y 30.000 ciudadanos y extranjeros fueron convertidos en esclavos, sin embargo, varios miles de tirios fueron recogidos y escondidos por la armada de la vecina ciudad Sidón.
Cuando los gritos y chillidos se ahogaron en la ciudad, Alejandro Magno acudió al Templo de Melkart a rendir el sacrificio al dios. Se dice que le ofreció la máquina de asedio que terminó por derruir el sector de la muralla desde donde penetraron los macedonios.
Alejandro Magno se había retrasado más de 7 meses en su camino a Egipto para tomar la pequeña isla. Si bien, el ejemplo de Tiro sirvió desde entonces para el resto de ciudades, nada podría frenar el arrollador avance del autoproclamado Hijo de Zeus.
domingo, 21 de junio de 2009
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